Mensaje de la semana
Encadenados por las dudas
NLa duda tiene, entre otros, un efecto paralizante. Quien duda no
tiene claras las cosas, ni lo que ahora debería hacer, ni se anima a
tomar decisiones.
Aristóteles explicaba que la duda es como
una cadena que impide ponerse en marcha. Si no sé si el agua de esta
fuente sea o no sea potable, no podré beberla por mucho que lo
desee.
En ocasiones, las dudas llevan a decisiones que
consideramos prudentes: mientras no tenga claridad sobre el origen
del dolor de cabeza no tomaré medicinas que pueden tener efectos
colaterales.
Otras veces, las dudas provocan una extraña
parálisis; por ejemplo, cuando un joven termina el bachillerato y
todavía duda sobre la carrera que le gustaría (y le serviría)
empezar; o cuando unos novios retrasan año tras año la boda porque
todavía tienen dudas sobre si el matrimonio funcionará.
Cuando tenemos una duda, buscamos cómo superarla. En ocasiones,
basta con una llamada por teléfono, una consulta rápida en Internet,
o un buen libro.
En otras ocasiones, las consultas hacen más
compleja la duda. Si un médico me recomienda una terapia, y otro
médico otra muy diferente, me siento más confuso y la decisión se
retrasa.
Hay temas que se refieren a aspectos éticos o
religiosos que pueden generar dudas de gran importancia. ¿Existe un
Dios que nos ha creado? ¿Hay vida tras la muerte? ¿Qué religión
sería la verdadera?
Estas dudas no se resuelven con una
simple búsqueda en Internet, con un libro más o menos ingenioso, o
con un amigo que está convencido de que hay (o no hay) algo después
de esta vida.
Cada vez que me encuentre ante una duda,
necesitaré avivar mi mente y entusiasmar mi corazón para buscar las
mejores respuestas.
Porque, como también explicaba
Aristóteles, solo cuando hemos encontrado una buena solución
(cercana a la verdad) ante una duda, seremos capaces de emprender
decisiones concretas que guíen de la mejor manera posible esa vida
que ahora tenemos entre nuestras manos...